lunes, 12 de marzo de 2012

EL ESPÍRITU COMO REGALO DE DIOS

"El que viene de arriba está por encima de todos; el que es de la tierra es terrenal y habla de las cosas terrenales. El que viene del cielo está por encima de todos, y de lo que ha visto y oído testifica, pero nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, ese atestigua que Dios es veraz, porque aquél a quien Dios envió, las Palabras de Dios habla, pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano.


El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él."
                                  Juan 3.31-36

jueves, 8 de marzo de 2012

FELIZ DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Esta reflexión es por el día Internacional de la Mujer. Espero que no sea sólo este día que se nos valore. Desde que Cristo vino a este mundo, la mujer ha sido valorizada, porque él realzó su valor. Tenemos mujeres en la Biblia que han sido ayuda idónea del hombre y si no es suficiente, lean esto.......................

Un hombre estaba harto de tener que ir a trabajar todos los días y que su esposa se pudiera quedar en casa.
Quería que ella viera por lo que él pasaba todos los días, así que oró diciendo:
"Señor, yo voy a trabajar 8 horas todos los días, mientras mi esposa se queda tranquilamente. Quiero que ella sepa por lo que tengo que pasar todos los días, entonces, permíteme cambiar con ella de cuerpo por un día... Amén".
Dios, en su infinita sabiduría le concedió el deseo al hombre. A la mañana siguiente se despertó como mujer.
 Se levantó, hizo desayuno para su cónyuge, despertó a los niños, sacó su ropa para ir al colegio, les dio desayuno, empacó los almuerzos, los llevó al colegio, volvió a casa, recogió la ropa para la lavandería y la llevó.

En el camino paró en el banco a hacer un retiro y fue al supermercado a comprar víveres. Entonces regresó a la casa, guardó los víveres, hizo los cheques para pagar las cuentas y cuadró la cuenta del banco. Limpió la caja del gato y bañó al perro. Para entonces ya era la 1:00 p.m. y corrió a hacer las camas; puso la ropa sucia en la lavadora, sacudió, aspiró, lavó el baño, barrió y trapeó el piso de la cocina.
     
 Salió corriendo a recoger los niños al colegio y tuvo una discusión con ellos de vuelta a casa. Sacó leche y galleta para los niños y los organizó para que hicieran las tareas. Puso la tabla de planchar y se puso a planchar mientras veía televisión.
A las 4:30 empezó a pelar papas, lavar las verduras para la ensalada. Sazonó la carne y puso el arroz a cocinar.
Cuando su cónyuge llegó preguntando por la comida, ésta ya estaba lista y servida. Después de comida, limpió la cocina, lavó los platos sucios, sacó la ropa de la lavadora y la puso a secar. Bañó a los niños y los acostó.
A las 9:00 p.m. estaba exhausto, aunque no había terminado todavía sus quehaceres. Se fue a la cama donde estaban esperándolo para hacer el amor, lo cual logró hacer sin quejarse.
A la mañana siguiente se despertó e inmediatamente se arrodilló al lado de la cama y dijo:
 "Señor, yo no sé qué estaba pensando. Estaba muy equivocado al envidiar a mi esposa por poder quedarse en casa todo el día" "Por favor, vuélvenos a cambiar".
El Señor, en su infinita sabiduría, contestó:
"Hijo mío, creo que has aprendido la lección y será un placer para mí volver las cosas a como estaban antes. Sin embargo, vas a tener que esperar 9 meses. Anoche quedaste embarazado.

lunes, 27 de febrero de 2012

VIVIENDO DE ACUERDO A LA PALABRA DE DIOS



Los caminos de los justos es limpio, no porque seamos buenos. El mismo Señor lo dice en su palabra: "Bueno sólo hay uno: Dios" (Mateo 19.17). Somos justificados por la muerte de Jesús por nosotros en la Cruz del Calvario. Estábamos sucios en nuestro accionar y la sangre nos limpió y purificó. Sin embargo, lo que nos hace salvos es creer en esa muerte y lo demás viene por gracia, pero no dejamos de pecar y día con día tenemos que venir a los pies del Señor y redimirnos y pedir perdón y aceptar que somos pecadores e implorar la misericordia del Señor para no morir en pecado, sino que podamos limpiarnos nuevamente con esa sangre.

Pero Pablo aclara en una de sus Epístolas que el sacrificio de Jesús fue una sola vez y para siempre; Jesucristo no debe morir nuevamente por nosotros ni tenemos que volver a los tiempos antiguos, a los sacrificios de animales para el perdón de los pecados. Entonces: ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. (Salmo 119.9) La clave radica en guardar la Palabra de Dios. Así nos aseguramos de que andamos por el camino Limpio, el camino que es limpiado con la Preciosa Sangre del Cordero que fue inmolado para la redención del Pecador.

No nos engañemos: Por Gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe... Sólo hay que creer para ser Salvos (Efesios 2.8-9), sin embargo, después de ser justificados por esa maravillosa sangre, ahora debemos permanecer en la gracia. No debemos manchar esa sangre pura con nuestros actos impuros, no debemos volver a hacer las cosas de nuestro viejo yo, sino que debemos seguir adelante por medio de la fe en Cristo Jesús hacia la meta y allá, al final recibir el galardón que se le dará, no al que más corrió, no al que corrió más rápido, sino al que perseveró hasta el fin y llegó.

Entonces: Cómo podremos limpiar nuestro camino para poder llegar sin manchas y sin suciedades??? Viviendo de acuerdo con la Palabra de Dios 
                                                                                     SALMO 119.9


viernes, 24 de febrero de 2012

El toque de Dios



He terminado de leer el libro Como Jesús de Max Lucado. Me está ayudando a aceptar que Dios me ama tal y como soy, pero se rehúsa dejarme así. Él quiere que yo sea COMO JESÚS.

En su capítulo 3 Max describe la vida de un hombre que no fue descrita en la Biblia. Simplemente se menciona en un hecho. Es el leproso de Mateo 8. Al que Jesús tocó y sanó. Ahí les va la historia y los comentarios de Lucado. Espero que esta porción les ayude como a mí...


Por cinco años nadie me tocó. Nadie. Ni una sola persona. Ni siquiera mi esposa, ni mi hija, ni mis amigos. Nadie me tocaba. Me veían. Me hablaban. Sentía cariño en sus voces. Veía preocupación en sus ojos. Pero nunca sentí su toque. No lo había. Ni una sola vez. Nadie me tocó.
Lo que es común entre ustedes, yo lo codiciaba. Apretones de mano. Cálidos abrazos. Una palmada en el hombro para llamarme la atención. Un beso en los labios para robarse un corazón. Tales momentos fueron sacados de mi mundo. Nadie me tocó. Nadie se tropezó conmigo. Qué no hubiera dado yo porque alguien se tropezara conmigo, que me apretujaran en una multitud, que mis hombros se rozaran contra los de otro. Pero por cinco años nada de eso ocurrió. ¿Cómo podría? Ni siquiera se me permitía andar por las calles. Incluso los rabinos se mantenían a distancia. No se me permitía ir a la sinagoga. Ni siquiera me recibían en mi propia casa.
Yo era un intocable. Era leproso. Nadie me tocaba. Hasta hoy.
Me pregunto por este hombre porque en los tiempos del Nuevo Testamento la lepra era la enfermedad más temida. La condición dejaba el cuerpo como una masa de úlceras y putrefacción. Los dedos se encogían y se retorcían. Pedazos de piel perdían el color y hedían. Ciertos tipos de lepra matan las terminaciones nerviosas, y eso produce la pérdida de dedos de las manos, de los pies, e incluso pies y manos. La lepra era muerte a centímetros.
Las consecuencias sociales eran más severas que las físicas. Considerada contagiosa, al leproso se le obligaba a guardar cuarentena, proscrito a una colonia de leprosos.
En las Escrituras el leproso es símbolo del máximo proscrito: infectado por una condición que no buscó, rechazado por los que lo conocían, evadido por personas que no conocía, condenado a un futuro que no podía soportar. En la memoria de cada proscrito debe haber quedado el día en que se vio obligado a enfrentar la verdad: la vida nunca sería lo mismo.
Un año durante la siega noté que mi mano no podía sostener la guadaña con la misma fuerza. Tenía los dedos adormecidos. Primero fue un dedo, y después otro. Al poco tiempo podía empuñar la guadaña pero ni siquiera la sentía. Al terminar la temporada no sentía nada con las manos. La mano que empuñaba el mango bien podía haber pertenecido a algún otro; había desaparecido toda sensación. No le dije nada a mi esposa, pero ella sospechaba algo. ¿Cómo podría no sospechar? Yo llevaba mi mano contra mi cuerpo como ave herida.
Una tarde hundí la mano en una palangana de agua para lavarme la cara. El agua se puso roja. Un dedo sangraba, con hemorragia. Ni siquiera sabía que me había lastimado. ¿Cómo me corté? ¿Con algún cuchillo? ¿Acaso rocé con la mano algún metal afilado? Debe haber sido, pero no sentí nada.
-Está también en tu ropa -me dijo mi esposa quedamente. Estaba detrás de mí. Antes de mirarla, miré las manchas rojas en mi vestido. Por largo rato me quedé sobre la palangana, contemplando mi mano. Algo me decía que mi vida había quedado alterada para siempre.
-¿Quieres que te acompañe para ir a ver al sacerdote? -me preguntó.
-No -dije con un suspiro-. Iré solo.
Me volví y vi sus ojos húmedos. Junto a ella estaba nuestra hija de tres años. Agachándome, le miré directamente a los ojos y le acaricié la mejilla, sin decir nada. ¿Qué podía decir? Me enderecé y miré a mi esposa de nuevo. Ella me tocó el hombro, y con mi mano buena toqué la de ella. Sería nuestro toque final.
Cinco años han pasado, y desde entonces nadie me había tocado, hasta ahora.
El sacerdote no me tocó. Me miró la mano, que ahora llevo envuelta en un trapo. Me miró a la cara, ahora ensombrecida por la tristeza. Nunca le he echado la culpa por lo que dijo. Sencillamente estaba haciendo según había sido instruido. Se cubrió la boca y extendió su mano, con la palma hacia afuera. «Eres inmundo», me dijo. Con ese pronunciamiento perdí a mi familia, mi granja, mi futuro, mis amigos.
Mi esposa me vino a encontrar en las puertas de la ciudad, con una bolsa de ropa, y pan y monedas. No dijo nada. Para entonces algunos amigos se habían reunido. Lo que vi en sus ojos fue precursor de lo que he visto en todo ojo desde entonces: compasión llena de temor. Cuando yo salía, ellos se alejaban. Su horror por mi enfermedad era más grande que su preocupación por mi corazón; y así ellos, al igual que todo el mundo desde entonces, retroceden.
La proscripción de un leproso parece rigurosa, innecesaria. Sin embargo, el Antiguo Oriente no ha sido la única cultura que ha aislado a sus heridos. Nosotros tal vez no construyamos colonias ni nos cubramos la boca en su presencia, pero ciertamente construimos paredes y apartamos los ojos. La persona no tiene que ser leprosa para sentirse en cuarentena.
Uno de mis recuerdos más tristes tiene que ver con mi amigo de cuarto grado, Jerry. Él y otra media docena de nosotros éramos objeto eternamente presente e inseparables en el patio. Un día llamé a su casa para ver si podía salir a jugar. Contestó el teléfono una voz maldiciente, ebria, que me decía que Jerry no podía salir ni ese día ni nunca. Les conté a mis amigos lo que ocurrió. Uno de ellos me explicó que el padre de Jerry era alcohólico. No sé si supe lo que esa palabra quería decir, pero lo aprendí muy pronto. Jerry, el que jugaba segunda base; Jerry, el de la bicicleta roja; Jerry, mi amigo de la esquina era ahora «Jerry, el hijo del borracho». Los muchachos pueden ser crueles, y por alguna razón fuimos muy crueles con Jerry. Estaba infectado. Como el leproso, sufrió de una condición que él no creó. Como el leproso, lo proscribimos de nuestra población.
El divorciado conoce estos sentimientos. Igual el lisiado. El desempleado lo ha sentido, al igual que el que tiene educación escasa. Algunos se retraen de las madres solteras. Mantenemos nuestra distancia de los deprimidos y de los enfermos deshauciados. Tenemos vecindarios para inmigrantes, asilos de convalescencia para los ancianos, escuelas para los retardados, centros para los adictos y prisiones para los criminales.
El resto sencillamente tratamos de alejarnos de todo eso. Solo Dios sabe cuántos Jerrys están en exilio voluntario: individuos que viven vidas calladas, solitarias, infectadas por sus temores de rechazo y sus recuerdos de la última vez que lo intentaron. Prefieren que no se los toque antes que arriesgarse a que se les lastime.
Ah, ¡cuánta repulsión sentían los que me veían! Cinco años de lepra me han dejado las manos retorcidas. Me faltan varias falanges en varios dedos, al igual que pedazos de mis orejas y de la nariz. Al verme los padres agarran a sus hijos. Las madres se cubren la cara. Los niños me señalan con el dedo y se quedan mirándome.
Los trapos no pueden esconder las llagas de mi cuerpo. Tampoco el trapo con que me envuelvo la cara para ocultar la ira de mis ojos. Ni siquiera trato de esconderla. ¿Cuántas noches no levanté mi puño crispado contra el cielo silencioso? «¿Qué hice para merecer esto?» Pero nunca recibí respuesta.
Algunos piensan que pequé. Algunos piensan que mis padres pecaron. No lo sé. Todo lo que sé es que me hastié de todo: de dormir en la colonia, de percibir el hedor. Me hastié de la condenada campanilla que debía llevar al cuello para advertir a la gente de mi presencia. Como si la necesitara. Una mirada y los anuncios empezaban: «¡Inmundo! ¡Inmundo! ¡Inmundo!»
Hace varias semanas me atreví a andar por el camino de la aldea. No tenía ninguna intención de entrar en ella. El cielo sabe que todo lo que quería era echar un nuevo vistazo a mis campos. Echar una mirada a mi casa, y ver, si acaso por casualidad, la cara de mi esposa. No la vi; pero vi algunos niños jugando en un potrero. Me escondí detrás de un árbol y los vi corretear y salir corriendo. Sus caras se veían tan alegres y su risa tan contagiosa que por un momento, apenas por un momento, no fui ya un leproso. Fui de nuevo un agricultor. Fui padre. Fui un hombre.
Con la infusión de la felicidad de ellos salí de detrás del árbol, enderecé mi espalda, respiré profundamente … y entonces me vieron. Antes de que pudiera retirarme me vieron. Gritaron. Salieron al escape. Una , sin embargo, se quedó. Una se detuvo y me miró. No lo sé, ni podría decirlo con certeza, pero pienso, en realidad pienso, que era mi hija. No lo sé; no podría asegurarlo; pero pienso que ella buscaba a su padre.
Esa mirada me hizo dar el paso que di hoy. Por supuesto que fue temerario. Por supuesto que fue un riesgo. Pero ¿qué podía perder? Se llama a sí mismo el Hijo de Dios. O bien escuchaba mi queja y me mataba, o aceptaba mi demanda y me sanaba. Eso era lo que yo pensaba. Me acerqué a Él desafiándolo. No me impulsaba la fe sino una ira desesperada. Dios había hecho una calamidad en mi cuerpo, y o bien tendría que restaurarlo o acabarlo.
Pero entonces le vi, y cuando le vi cambié. Debes recordar que soy un agricultor, no poeta, así que no puedo hallar palabras para describir lo que vi. Todo lo que puedo decir es que las mañanas de Judea algunas veces son tan frescas y la salida del sol tan gloriosa que mirarla es olvidar el calor del día anterior y las heridas del pasado. Cuando miré su cara vi una mañana de Judea.
Antes de que Él hablara, supe que se interesaba. De alguna manera supe que detestaba esta enfermedad tanto, si acaso no más, que yo. Mi ira se convirtió en confianza, y mi cólera en esperanza.
Oculto detrás de una piedra le vi descender de la colina. Multitudes le seguían. Esperé hasta que estuviera a pocos pasos de donde yo estaba, y entonces me presenté.
-¡Maestro!
Se detuvo y me miró, al igual que docenas de otros. Un torrente de temor recorrió la multitud. Los brazos volaron para cubrir las caras. Los niños se agazaparon detrás de sus padres. «¡Inmundo!» gritó alguien. De nuevo, no los culpo. Yo era una masa maltrecha de muerte. Pero casi ni los oía. Casi ni los veía. He visto mil veces su pánico. No obstante, la compasión de Él nunca la había contemplado. Todo el mundo retrocedió, excepto Él. Entonces avanzó hacia mí. Hacia mí.
Cinco años atrás mi esposa se me había acercado. Ella fue la última en hacerlo. Ahora Él lo hacía. No me moví. Sencillamente le dije:
-Señor: tú puedes limpiarme, si lo quieres.
Si Él me hubiera sanado con una palabra, hubiera quedado más que encantado. Si me hubiera curado con una oración, me habría regocijado. Pero no quedó satisfecho con hablarme. Se me acercó. Me tocó. Cinco años atrás mi esposa me había tocado. Desde entonces nadie me había tocado. Hasta hoy.
-Quiero -sus palabras fueron tiernas como su toque-. Sé limpio.
La energía me llenó el cuerpo como el agua en un campo arado. En un instante, en un momento, sentí calor donde había habido insensibilidad. Sentí fuerza donde había habido atrofia. Mi espalda se enderezó, y mi cabeza se levantó. Donde yo había estado con un ojo a nivel de su cintura, ahora estaba mirándolo al nivel de su cara. Su cara sonriente.
Me tomó las mejillas con sus manos, y me acercó tanto que pude sentir el calor de su aliento y ver la humedad de sus ojos.
-No lo digas a nadie. Pero ve y muéstrate al sacerdote, y ofrece la ofrenda que Moisés ordenó para la gente que es sanada. Esto le mostrará a la gente lo que he hecho.
Y eso es lo que estoy haciendo. Voy a mostrarme al sacerdote y abrazarlo. Me mostraré a mi esposa, y la abrazaré. Levantaré a mi hija, y la abrazaré. Nunca olvidaré al que se atrevió a tocarme. Podía haberme sanado con una palabra; pero quería hacer más que sanarme. Quería darme honor, validarme. Imagínate: indigno de que me toque el hombre, y sin embargo digno del toque de Dios

Cambio Instantáneo


Jesús y Zaqueo

Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y, corriendo delante, se subió a un sicómoro para verlo, porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba lo vio, y le dijo:
—Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me hospede en tu casa.
Entonces él descendió aprisa y lo recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor:
—Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado.
Jesús le dijo:
—Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
                                                   Lucas 19.1-10

Este es uno de los casos en el que Jesús causa un impacto a tal punto que cambia radicalmente la vida al instante de alguien que le necesitaba. 

Siempre me he identificado con Zaqueo, desde que leí su historia cuando tenía apenas 9 años. Él era un hombre de baja estatura, yo también, era la más pequeña de un Instituto Politécnico (donde estudiaba) entre casi 2000 estudiantes, pero como él era muy conocida entre la gente, como él tenía defectos físicos que me impedían estar entre la gente y, como él tenía una necesidad inmensa de Jesús. Sí, así como lo oye. Los niños también tienen necesidad de Jesús para poder crecer en la Palabra de Dios.

Zaqueo hizo el mayor esfuerzo de toda su vida porque él tenía una necesidad, la necesidad de conocer a aquel que había revolucionado todas las ciudades y vidas por donde había pasado. Es por eso que su vida fue cambiada al instante. Jesús no es mentiroso, lo que él dijo era siempre verdad y él conocía los corazones de cada persona. Cualquiera podría decir que Zaqueo estaba saliendo del paso por lo que murmuraba la gente o que fue fruto de una emoción instantánea, la Biblia no registra si él hizo como prometió, pero lo que sí es cierto es que Jesús dijo "Hoy ha venido la salvación a esta casa" Es decir, Jesucristo sabía que lo que Zaqueo dijo que iba a hacer lo haría, porque ya había fijado su mirada en Jesús.

¿Cuál es el detalle? A veces somos ya Cristianos y hemos fijado nuestras miradas en Jesús y vemos que después de años aún conservamos cosas que tenemos que cambiar de nuestro viejo ser. A veces hacemos cosas que decimos: ¿Por qué, si se supone que ya yo cambié? y viene una lucha interna sobrecogedora. En ese instante vuelva a fijar la mirada en aquel que le llamó y le cambió y que tiene el poder eternamente de seguir cambiando su vida y su carácter. Nuestro carácter depende de cuánto nosotros estemos unidos a Cristo y, por lo tanto a Dios. No es suficiente con tener un super devocional con Dios en la mañana y luego venir a Él en la noche para dormir, créame que le hablo por experiencia propia, si lo hace así, el intermedio del día será difícil. Invoque el Espíritu Santo desde que abra los ojos y, cuando sienta que está con usted, no le suelte, pídale que Él no le suelte a usted durante todo el día y todo lo que usted vaya a hacer o emprender durante el día, desde lo más trivial hasta lo más complejo, hágalo con su compañero fiel y verá como verdaderamente la salvación llegará a su casa.

Me imagino que para Zaqueo fue duro, me imagino que tantos años haciendo las cosas mal hechas no se iban a cambiar en un instante, pero la actitud de él tuvo un cambio instantáneo, desde que vio a su Salvador, su disposición de cambiar no esperó. Si aún tiene algo que cambiar (todos lo tenemos mientras estemos en nuestros cuerpos materiales) fije su mirada en Jesús y dispóngase a cambiar por completo lo que no le agrada a Dios. 

Tú no lo vas a lograr por ti solo, debes venir al taller del maestro y, como buen barro, dejarte moldear por sus bellas y sacrificadas manos.

aquí tienes un enlace para que te inspires y pidas la dirección de Dios para el cambio de tu vida. http://www.youtube.com/watch?v=4rEohQhDdGU


lunes, 13 de febrero de 2012



SEMANA DEL AMOR. SEMANA DEL PERDÓN

Esta semana se celebra Internacionalmente la Semana del Amor y la Amistad. Es un día en el que yo felicito a las personas diciéndole "Feliz día eminentemente comercial del amor y la amistad. Es un día Pagano, es un día que no es verdaderamente Cristiano, es un día para celebrar el día de uno de los dioses de la antigua Grecia llamado Eros que era el dios del Amor en ese momento. Al quedar Roma como Imperio, se hizo una fusión de  dioses y Eros pasó a ser el dios Cupido, el dios del amor, hijo de la diosa venus que era una importante diosa romana relacionada al amor, la belleza y la fertilidad. ¿Ven hermanos y amigos lo que mundialmente celebramos como una fiesta cristiana? Sigue siendo realmente una fiesta pagana. Sin embargo no es malo celebrar un día de amor, dedicar un día a la amistad sincera. Pero ¿Quiere un consejo? Dedíquelo también al PERDÓN.


¿Qué? Pero no hay un día eminentemente comercial del perdón. Dedíquelo Usted. Siéntese y haga una auto introspección de las cosas con las que siente que le ha fallado a Dios y pida PERDÓN, haga como el salmista y pida PERDÓN a Dios por los pecados ocultos. Luego sida su introspección en la que usted visualizará a esa persona a la que Usted le ha fallado con alguna que otra de sus acciones o palabras, o hasta con el pensamiento y dígale esa frase que es tan importante pero que es tan difícil decir. PERDÓN. Luego perdone en su corazón a esa persona que le ofendió a Usted y realmente perdone desde el alma. Tómese una semana y no sólo un día. Verá cómo será sanado su corazón.

Me voy más lejos aún. Invierta en un detallito y regáleselo a esa persona. De no tener para invertir, recicle y haga un buen regalo. En la Iglesia donde me congrego tenemos una Palabra semanal para poner en práctica, la de esta semana fue el perdón. ha sido mi fuente de inspiración. Espero poder ayudar


Haga en esta semana el día del perdón y, si es de las personas que tiene raíces de amargura, ore comience a pedir perdón y perdonar desde ahora, para que la semana le alcance.

martes, 7 de febrero de 2012

Razones para agradecer a Dios

Me he puesto a analizar cuánto agradecemos a Dios en el día y me doy cuenta de que pedimos más de lo que agradecemos. Ponte a pensar, algunas veces nos vemos orando al Creador de todo cuanto existe de esta manera: Señor, Gracias por un nuevo día, te pido... Y ahí le damos Play a una lista de peticiones que, no son malas: Los perdidos, los enfermos, los encarcelados, los discapacitados, los pobres, los gobiernos, la familia, la salud, las finanzas, el corazón, una novia o novio, una esposa o esposo, los estudios, un examen, una noticia, etc, etc, etc. Si sigo mencionando las cosas por la que pedimos, no me cabría tiempo ni espacio para incluir, sin embargo, invertimos más tiempo en pedir y no nos dedicamos a decir, Señor Gracias, Gracias por... Incluya todo, hasta el más mínimo detalle, cada uno de sus sentidos, las huellas digitales que le hacen diferente, el aire, la creación, el medio, la familia, la salud, las finanzas, por haber culminado una carrera o por estarla estudiando, por saber computación, por vivir en este tiempo y en el lugar que le tocó vivir, por su sexo, sea masculino o femenino, por el trabajo que tiene o por no tener trabajo y estar disponible para rendirse a Dios. Hay tantas cosas por las que agradecer que nos podríamos pasar los 366 días de este año agradeciendo las 24 horas y nos faltaría tiempo. Inténtelo. Dé gracias y verá cómo se olvida de decirle a Dios cuán grandes son sus problemas, los problemas se darán cuenta cuán grande es su Dios.
GRACIAS DIOS